El Salmo 50 (51 en la numeración hebrea) es el más conocido entre los salmos penitenciales (6, 32, 38, 102, 130 y 143). Se proclama todos los viernes en el oficio de Laudes de la Liturgia de las Horas. Según la tradición, es un canto compuesto por el Rey David para reconocer su culpa y mostrar su arrepentimiento por el pecado de adulterio con Betsabé, a quien deja encinta aprovechando la ausencia de su esposo, Urías el hitita, en la campaña contra los amonitas. Tratando de ocultar su delito, llama a Urías para que visite a su mujer y así pueda justificarse el embarazo, pero Urías, manteniendo la tradicional castidad para la batalla, desbarata este plan, por lo que David urde la desprotección de Urías para que caiga en combate y así poder desposar a Betsabé. El pecado de David es expuesto por el profeta Natán, lo que, a pesar del perdón de su condena a muerte por Dios, le cuesta una vida de sufrimiento siempre envuelta en la rebelión y la guerra.

El sacramento de la Confesión es el recurso de los católicos para mantenerse en gracia de Dios. Nos limpian y nos confortan las manos del sacerdote cuando lavan nuestros pecados en nombre del Espíritu Santo. Pero la Confesión requiere antes el reconocimiento y un profundo arrepentimiento de nuestro pecado. Ponerse de rodillas y meditar sobre nuestra culpa es, como dice el propio salmo, lo que Dios espera de nosotros, pecadores: «un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias».

Cuando necesites mostrar tu arrepentimiento a Dios antes de una Confesión o bien quieras pedir perdón personalmente a Dios por pecados veniales, puedes arrodillarte y meditar este salmo con todo su sentido. Hazlo en latín y, mejor todavía, escúchalo y sigue su texto en una de las piezas religiosas más inspirada de todos los tiempos: «Miserere mei, Deus» del romano Gregorio Allegri (1582-1652). Te facilitamos el texto latino y una versión excelente por el Choir of New College (Oxford).

Psalmus 50 (51)

Miserere mei, Deus: secundum magnam misericordiam tuam.
Et secundum multitudinem miserationum tuarum, dele iniquitatem meam.
Amplius lava me ab iniquitate mea: et a peccato meo munda me.
Quoniam iniquitatem meam ego cognosco: et peccatum meum contra me est semper.
Tibi soli peccavi, et malum coram te feci: ut justificeris in sermonibus tuis, et vincas cum judicaris.
Ecce enim in iniquitatibus conceptus sum: et in peccatis concepit me mater mea.
Ecce enim veritatem dilexisti: incerta et occulta sapientiæ tuæ manifestasti mihi.
Asperges me hysopo, et mundabor: lavabis me, et super nivem dealbabor.
Auditui meo dabis gaudium et lætitiam: et exsultabunt ossa humiliata.
Averte faciem tuam a peccatis meis: et omnes iniquitates meas dele.
Cor mundum crea in me, Deus: et spiritum rectum innova in visceribus meis.
Ne proiicias me a facie tua: et spiritum sanctum tuum ne auferas a me.
Redde mihi lætitiam salutaris tui: et spiritu principali confirma me.
Docebo iniquos vias tuas: et impii ad te convertentur.
Libera me de sanguinibus, Deus, Deus salutis meæ: et exsultabit lingua mea justitiam tuam.
Domine, labia mea aperies: et os meum annuntiabit laudem tuam.
Quoniam si voluisses sacrificium, dedissem utique: holocaustis non delectaberis.
Sacrificium Deo spiritus contribulatus: cor contritum, et humiliatum, Deus, non despicies.
Benigne fac, Domine, in bona voluntate tua Sion: ut ædificentur muri Ierusalem.
Tunc acceptabis sacrificium justitiæ, oblationes, et holocausta: tunc imponent super altare tuum vitulos.

Salmo 50 (51) Miserere

3Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa;
4lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

5Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado:
6contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente.
7Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

8Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría.
9Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.

10Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados.
11Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.

12Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme;
13no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

14Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso:
15enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.

16Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío, y cantará mi lengua tu justicia.
17Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.

18Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
19Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.

20Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén:
21entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.